martes, 1 de septiembre de 2009

Sour Times

Se asomo por la ventana y lo vio. Cualquier otro día el hubiese pasado por alto ese hecho tan cotidiano, pero esa noche había algo distinto en el aire. Mejor dicho, su extraño día le había anticipado, por decirlo de alguna manera, que cualquier cosa podía pasar. A la mañana en un mercado un brujo le había ofrecido un pez diablo. Otro, peyote. Si; suena raro, pero es que en su nativa ciudad todo era posible. “Lleve sus rico tamales oaxaqueños…” se asomo entre las cortinas y el hombre seguía ahí. No parecía amenazador, es más de hecho, posiblemente ni sabía que alguien lo estaba observando. Sentado. Cruzado de piernas, encima de un banco de plaza algo escribía. ¿Acaso estaría tomando notas de mis movimientos? ¿Realizando trabajo de “inteligencia” para alguna organización criminal?…

Daniel llamó a su novia…Hola…pg…ck chsss…o…tu, tu tu. (Se cortó). Salió al balcón. Miró al cielo…Volvió a marcar. Hola…si, ee no pienses mal ni nada, pero cuando estés abajo avísame, y te bajo a abrir le dijo. Ella respondió un seco OK.

Daniel, o “danz” como lo llamaban sus amigos volvió a su departamento, apagó todas las luces, y se sentó en un banco como de bar que tenía en la pequeña barra que separaba su cocina del comedor. Encendió un cigarrillo y lo miró. Observo como el hombre de la banca seguía en su mundo. Apoyo el cerillo a medio apagar en el canto de la barra. “¿Porque no se irá?” Se preguntó. “Puta madre” Se puso de pié. Agarro su chamarra, sus llaves y salió de su departamento. Como en casi todas las ocasiones, la luz del lobby fallo al primer intento de encenderla. Insulto en voz baja al conserje, a su madre y a su hermana. Volvió a presionar el botón y las luces bañaron las manchada y húmedas paredes de las escaleras.

Bajó 36 escalones. Desde niño tenía la costumbre de contarlos…Eso era algo que su hermana le había inculcado, y con el pasar del tiempo se había vuelto más que una costumbre, casi una obsesión.

Llego a la planta baja. Inclinó su cabeza, sonrió tímidamente, y con ese gesto saludo con sus ojos a la señora del 2º B. Siguió su camino.
La luz automática del pasillo se apagó…La luuuzz gritó “amablemente”….la señora picó el botón. Agarró el manojo de llaves, entre el cigarrillo y los pocos nervios que tenía sintió como ellas se resbalaban…había perdido la única que abría el metal. Se agachó. Las levantó, y volvió el proceso de reconocimiento de llaves…la encontró, la puso en la cerradura, y con un estridente sonido la puerta comenzó a bostezar. Para cuando la había terminado de abrir. Una bocina lo espanto. Se llegó a escuchar un muteado “Chinga tu madre.” Desde el casco del muchacho del delivery al tenso conductor de un taxi de sitio. Pasado el evento miró entre las plantas y notó que el extraño hombre seguía ahí. “Que hombre más extraño” pensó. Solo habían pasado 10 minutos.

Tiró su cigarrillo al piso. Visualizó un plano cerrado a su pie. Cambió la goma de sus converse por el cuero curtido de una bota e imaginó ser Clint Eastwood en: “El bueno, el malo y el feo”. Lo pisó realizando un pequeño giro de su tobillo. El cigarrillo se deshizo contra las baldosas de la vereda. Se acomodó el cuello de su chamarra y empezó a caminar en dirección a ningún lugar. Encendió su Ipod. David Bowie sonaba en sus auriculares. De entre la seca guitarra de Jean Genie se escuchó un grito: “!!!!Los bomberos, por favor alguien llame a los bomberos!!!!”
Se estaba incendiando un departamento. Miró para arriba y exactamente desde su ventana vio como una violenta llamarada envolvía las ramas de un árbol que al instante se encendió. Su teléfono vibró. Abrió la tapa. Mensaje: En 2 mins estoy ahí. Otra vibración. Cerro mensaje. Abrió mensaje nuevo. Ya estoy abajo.

La señal en su edificio no solía ser muy buena. Y cuando el teléfono se “conectaba” a la red los menajes le llegaban todos de repente.
A la distancia vio su cara. Pálida como helado de limón. Tiesa como un adoquín. Que pasa “danz”? - ¿Estás bien?

El miró por sobre su hombro. Miró su reloj. El hombre ya no estaba. Ella no entendía.

Ella vió para arriba. Lo jaló del brazo.

Las sirenas ahogaron sus pensamientos. Se sintió aturdido. Un cerillo mal apagado había desatado la desgracia en la casa de un hombre que, hasta esa tarde, se había preocupado mucho por las cosas que suceden en las calles de cualquier ciudad.

B.A.I